Por sus características únicas, el oro y sus distintas aleaciones se utilizan con profusión en industrias como la electrónica, la exploración espacial o la odontología. Pero donde este metal precioso recibe una mayor demanda a escala global es en el sector joyero, según Gold Demand Trends. Esta realidad queda en evidencia en los anillos, broches o gemelos de oro que se muestran en el escaparate físico o virtual de cualquier joyería.
Entre otras razones, el oro posee un brillo duradero en el tiempo, resultado de una baja reactividad, por lo que mantiene su acabado pulido año tras año. Se funde a unos mil grados centígrados y sobresale por su maleabilidad, característica que ‘allana’ la labor de los maestros joyeros a la hora de darle formas y diseños originales.
Pero el metal precioso más empleado en joyería también destaca por su valor refugio. Su precio, pese a las drásticas fluctuaciones, permite amortiguar fenómenos como la inflación o una devaluación abrupta por el cambio en las políticas monetarias. Por este motivo, los gemelos, pendientes y otras joyas elaboradas con este material son percibidos como una forma de inversión.
Otra virtud del oro es su compatibilidad con la plata, el cobre y otros metales, que intervienen en la creación de variedades tan conocidas como el oro blanco. Esta surge de su mezcla con el palacio, cuyo valor y punto de fusión son muy distintos.
Por su parte, el oro amarillo se beneficia de las cualidades del cobre, que dotan al metal primario de una flexibilidad superior, sin perder resistencia. Su nombre proviene del tono cobrizo que adquiere tras esta fusión.
La mezcla del oro con la plata fina, el níquel o la plata da lugar a variedades menos conocidas, pero igualmente apreciadas en el sector joyero. Hablamos del oro gris, el rojo, el rosa o el verde.